Terror al folio en blanco,
a la mina de un lápiz o la tinta de una pluma.
Terror a dejar tachado un folio entero
un papel usado o
una servilleta al vuelo.
Terror a que no aparezcan, que no se presenten
a pesar de ser convocadas que no vengan
Sin ellas no hay nada y menos bueno,
si están ellas, algo sale, aunque no sea del todo malo
sin ellas imposible, así son ellas
quien las ha sentido,
lo sabe.
Se que no me abandonan
quizá las deje pasar
quizá no las evoque
quizá no las convoque
o quizá, tal vez,
no me quieran visitar
y así respetar con su ausencia
mi silencio,
mi soledad,
mi estado de alarma,
mi alma dormida,
mis parpados de sueño.
Y quizá, sólo quizá
cuando esté preparado de nuevo
con valentía ante el reto del folio en blanco
vuelvan a mi pecho
como yo a su seno.
Cuando entone el lápiz
quizá, entonces
y sólo entonces,
aunque sea sólo una
me acompañará desnuda,
sin taparse, mostrando entera
su alma desnuda y pura.
Si y sólo si aparecen,
aunque una sola sea, entonces sí,
entonces hay que atenderla, escucharla,
hablarla, sentirla, amarla, atarla, susurrarla,
desnudarla, comerla a besos, rizarla,
poseerla con vigor para que no se escape
para que no huya, ni vuele, ni corra
para que no se vaya, para que se quede,
para que se instale y permanezca
y sobre todo
para que vuelva.
Quien las ha conocido,
aunque una solo sea,
lo sabe.