Ignorancia supina la nuestra al respecto: los molinos de mareas. Nos salva un poco el recuerdo de ese dibujo de Goya. Un anciano de bastón en las últimas que, Don Francisco, ya viejo, titula: Aún aprendo. De la energía mareomotriz sabemos que es, junto a otras alternativas, la buena fuente del futuro. Aprovechar la subida del agua para mover una turbina o, como se hacía ya en el siglo XVIII para nuestra grata sorpresa, moler harina o cualquier cosa. Más de veinte ingenios hidráulicos existieron en la bahía de Cádiz, zona de esteros (de Sancti Petri canta Camarón), idónea para esta industria. De allí salía harina para abastecer la metrópoli, que Cádiz lo fue y mucho tras quedarse con la Casa de Contratación de Indias, antes en Sevilla. En el justo límite entre San Fernando y la decana del liberalismo, el molino de marras del río Arillo da testimonio de todo aquello. Miles de personas circulan cada día por la CA-33 sin tener ni idea. Bastaría fijarse en esa ruina con algo de antiguo y bien construido en forma de arquillos sobre las aguas, en realidad compuertas. En pleamar, el líquido se almacenaba en un depósito, que se abría en bajamar para girar unas ruedas hidráulicas horizontales, moler el grano y volver a la marisma. La ubicación del molino en lugar tan señero, a pocos metros del istmo de Cádiz, hizo de éste lugar de despedidas y recibimientos oficiales. Se habilitaba el espacio a la altura moral de sus visitantes, cosa fácil, tratándose de Fernando VII e Isabel II, y se les agasajaba con dulces o preparaba unas cañas para la pesca deportiva. Veinte años llevan las autoridades competentes intentando salvar el molino, raro ejemplo de arquitectura industrial española, pero se halla en zona de costa. ¡Con el ministerio hemos topado, amigo Sancho! y el asunto, la expropiación de Unión Salinera, capital francés bajo ese nombre, y la rehabilitación del conjunto anda, nunca mejor dicho, empantanada.
El molino de marea de río Arillo entró el 18 de octubre en la Lista Roja. ¿Cuándo engrosará la Lista Verde?