Los lirios, especialmente los de color púrpura, quedaron ligados al mundo del arte desde que Van Gogh los pintara en la Provenza francesa. Crecían en el jardín del sanatorio de Saint-Paul-de-Mausole donde estuvo ingresado en 1889. Los pintó una y otra vez. Casi un siglo después, se convirtieron en uno de los cuadros más famosos (y más caros) de la historia. Cuando vemos el estallido de color de los lirios en primavera resulta casi imposible no recordar sus pinturas. La pregunta que nos hacemos es: ¿nos resultan bellos por sí mismos o porque aprendimos a verlos con los ojos del artista?
Apreciamos las cosas por lo que conocemos de ellas. Cuanto más sabemos sobre un tema que nos interesa, más lo disfrutamos. El arte es una herramienta valiosa en ese aprendizaje. Los intensos colores, el contraste del verde con el morado, la simetría de las hojas y ese aspecto desvencijado que tienen los tallos quedaron magistralmente representados en los cuadros del holandés. Nadie pintó los lirios como él y nadie como él nos enseñó a mirarlos. El célebre aforismo de Oscar Wilde lo resume con certeza: La vida imita al arte mucho más de lo que el arte imita a la vida.
Sin embargo, apreciar una planta como si fuera un cuadro tiene algunos inconvenientes. Nos centrarnos en el recuerdo idealizado y tratamos de captar esa imagen (en la realidad y en la fotografía). Nos olvidamos de buscar su olor, el sonido del aire cuando mece sus hojas, su naturaleza efímera maravilla de unos pocos días, el papel de las flores para la biodiversidad. Todas ellas son características menos llamativas que la forma y el color (herramientas de la pintura). No obstante, nos ofrecen información igualmente valiosa. Al valorar un elemento de la naturaleza viva como si fuera un objeto inerte nos perdemos una parte fundamental de su belleza. También su esencia.
El arte es un gran maestro en cuestiones estética, pero la naturaleza no lo es menos. Necesitamos otros mecanismos que nos enseñen a ver un poco más allá; a valorar el mundo natural por lo que es en sí mismo, en toda su grandeza.
Imagenes: Autora_ Iris germanica en el jardín del Monasterio de Saint-Paul-de-Mausole, Sant-Remy-en-Provence, Francia, 2019.