– Lo soñé con tanta claridad
que lo vi con mis propios ojos.
A la mañana, a las nueve en punto y media
el oculista le extendía la receta para la gafa,
(Nunca entendió tanto en ópticas como en tiendas
de cualquier género el género se dice en singular)
tres cincuenta dioptrías en el izquierdo
dioptrías cuatro veinticinco en el derecho.
– Recuerdo, insisto, lo soñé, lo vi con tal claridad
que me muera ahora mismo si no es así.
-Descanse en Paz.
dijo su mejor amigo posado en el chiscón
-Ay, ay, ay
decía la viuda entre olor a muerte,
a vecindario, a calle, a barriada
y a croquetas, a empanadillas,
a huevos fritos y patatas.
Había hambre, los presentes arramplaron
hasta la última migaja mientras bebían vino
junto al cuerpo frío, fiambre, en honor del difunto.
Era, el muerto, gente humilde
jamás contrató decesos con Santa Lucía.
Las persianas medio bajadas,
cual bandera a media asta,
de negro los amigos,
las viudas de luto, de luto el rellano
lo mismo que negros los zapatos del difunto.
¡Respira, respira!
murmuro la del piso cuarto,
Teresa, puerta izquierda,
pasada la esquina el segundo portal a la derecha.
Silencio en la sala, en el cuarto y en la casa,
todos callados,
el juez de guardia era todo ojos
pálidos, como siempre, los funerarios,
Antonio el persianero mudo de cinta métrica
la colchonera de la esquina, muda de muelles,
cayó al colchón contiguo.
Silencio, más silencio.
Para quebrarlo, Teresa sugiere
“¿Hago la prueba del espejo?”
cual experta en estas lides.
Asintió la ahora presunta viuda.
El espejo viaja, se acerca de mano en mano
todos lo miran cual estampa de santo.
Expectación , nervios, mayor expectación.
Llega el espejo a las póstumas manos,
lo acerca la vecina del cuarto, Teresa,
lo aproxima a la cara del ahora presunto difunto
uno,
dos
y tres segundos,
llega el resultado,
el espejo brillaba sin rastro de aliento humano
y con cara de disgusto sentenció Teresa
girando la cara de lado a lado
mientras le acompañaban los párpados
a ritmo, tempo y hacia abajo.
Volvieron los ayes de la ya viuda
volvió el olor a fritanga,
a vecindario, a muerte y a barriada.
¿Procedemos? preguntaron los funerarios
Procedan dijeron al unísono la viuda
y el juez de guardia.
Descanse en Paz.
¿Qué soñaría Nino con tanta claridad?
Nada, probablemente nada,
siempre fue un hombre muy gris
y muy borracho,
si no no hubiera muerto.