Hace unas semanas lanzamos cuatro preguntas sobre patrimonio natural en las redes sociales de Hispania Nostra. Las respuestas fueron claras. Un 97% de los participantes reconoce que la naturaleza es parte de nuestra herencia; el 98% considera que es un patrimonio necesitado de mayor protección, y un 67% conoce algún elemento en peligro de desaparición o pérdida de sus valores esenciales. Conforme lleguen y se examinen las fichas, la Lista Roja podrá darles la visibilidad necesaria para favorecer esa protección. Sin embargo, lo que más nos llamó la atención fue que un 84% de los encuestados se plantearía mudarse a vivir al entorno rural si su trabajo se lo permitiera. Es decir, no sólo conocemos el valor de la naturaleza y su necesidad de protección, sino que tenemos necesidad de ella.
Hace más de tres décadas, el biólogo y entomólogo estadounidense Edward O. Wilson definió la biofilia como la afinidad innata del ser humano hacia otros seres vivos. Wilson argumentó que estamos condicionados genéticamente a amar el mundo natural, a sentirnos bien en los espacios naturales y en presencia de otros seres. Pensemos en la niñez. ¿Quién de ustedes no ha escuchado a una niña o un niño pedir a sus padres un perro, una tortuga, un pajarito?, ¿quién no les has visto jugar con escarabajos y lombrices? Nuestra naturaleza nos impulsa hacia el mundo natural. Poco a poco, aprendemos que los perros pueden morder y los gatos arañar, que tocar gusanos da asco y que las arañas pican. Nos enseñan a temer el mundo natural y a juzgarlo bajo parámetros estéticos o utilitarios. Sin embargo, cada vez son más las investigaciones que confirman que el contacto con la naturaleza tiene importantes beneficios para nuestra salud. El ejercicio cardiovascular es bueno para el cuerpo, practicarlo en un bosque es bueno para la mente. Hoy en día vivimos alejados de estos espacios. El “déficit de naturaleza”, como lo llamó el escritor Richard Louv, es perjudicial para todos y especialmente durante la infancia. La experiencia contraria, una inmersión en el entorno natural, nos beneficia y nos vincula con nuestros instintos.
El confinamiento de los últimos meses no ha hecho más que recordarnos esa carestía. La posibilidad de teletrabajar nos ha dado, además, la oportunidad de repensar las cosas. Confiemos en que no sea algo pasajero y que los responsables de facilitar la oportunidad de cambio la favorezcan. Aquellos que tengan la posibilidad harán las maletas e iniciarán una nueva vida en entornos más saludables. Esperemos que sean conscientes de que ingresan en un mundo que no les pertenece del todo. Compartirlo con otras especies de flora y fauna significa respetar sus ritmos y sus procesos. De otro modo, no haremos más que extender la ciudad más allá de sus límites, invadir y poner en riesgo los hábitats del entorno rural. Para todos los demás que se quedan en la ciudad, esperamos que las administraciones sean cada vez más valientes y conscientes de la necesidad de naturalizar el entorno urbano. Repensar las ciudades pensando en la gente. Crear espacios habitables de los que no queramos huir. Lugares que nos permitan sentir la vida y empatizar con otros seres humanos y no humanos, también en la ciudad.
Imagen: Autora_Sequoia National Park, 2018.