Llegamos a Fresdelval empujados por la etimología. Fresdelval tiene resonancia a castillo artúrico, a caballeros de la mesa redonda, a epopeya anglosajona. Pero nada más lejos de la realidad. A siete kilómetros de Burgos está, ni más ni menos, el Fresdelval que da nombre a la Virgen y monasterio homónimos. Y no hablamos de cualquier monasterio, que en España los hay abandonados a patadas. El de Santa María de Fresdelval era de los poderosos, como que allí mandó construir Isabel la Católica la magnífica tumba en alabastro de su doncel, Juan de Padilla, chaval de veinte años muerto durante la conquista de Granada. O como que el hombre más poderoso de su tiempo, Carlos I Habsburgo, ya derrotado por la edad, la gota y los luteranos, barajara retirarse a morir allí en 1556. Como sabemos todos, finalmente optó por Yuste.

Del monasterio se puso la primera piedra en 1404 en reconocimiento a los muchos milagros de Nuestra Señora. El noble Gómez Manrique, herido por una ballesta, se encomendó a la virgen y sobrevivió a las heridas. Sin penicilina y sus derivados y a principios del siglo XV nos parece, efectivamente, un milagro. Y así lo entendió él, que mandó edificar un cenobio de la Orden Jerónima. Y menudo cenobio. A pesar de la desamortización que arrasó como un verdadero apocalipsis burgués el arto sacro español de todas partes, Santa María de Fresdeval aún conserva muchas de sus excelsas tracerías góticas, la fachada del primer renacimiento y un claustro de caerse de espaldas. Eso sí, todo invadido de maleza, de plantas trepadoras, de fresnos, chopos y nogales que parecen querer colarse por todas partes. El entorno ideal donde colocar una urna de cristal para bella durmiente. Una belleza de los sentidos en cualquier caso. Ni que decir tiene que todo el arte mueble salió de allí hace tiempo, incluyendo el mencionado sepulcro, hoy en el Museo de Burgos, obra de uno de los grandes del tardogótico, Gil de Siloé. Aunque para ser más exactos diremos que algunas de sus figuras de apóstoles se hallan en el Museum of Fine Arts en Boston, que no es un museo menor, precisamente. El peligro de derrumbe asola al monasterio, junto al que se halla un palacio del renacimiento, en el que pernoctó el propio rey Carlos y donde se brindan ágapes, sobre un césped impoluto, en bodas y comuniones. El monasterio, Monumento Nacional desde 1931, está en manos privadas, lo que complica, como siempre, las cosas. Quizás un día desaparezca del todo. Para entonces, Fresdelval será sólo la última novela, inconclusa, de Don Manuel Azaña, cuya memoria, tan discutida en los últimos años, algunos tienden a emponzoñar como veneno verde que se come las tapias.   

El monasterio de Fresdelval está en la Lista Roja desde el 10 de junio de 2020. ¿Cuándo engrosará la Lista Verde?

Foto de la derecha: Luis Macas