Un característico olor a leña, silenciosas calles y pequeñas casas son hoy algunas de las razones por las que Beleña de Sorbe es, para todo aquel que lo visita, un precioso paraje en el que sentirse en paz. Sin embargo, los vestigios que en ella quedan nos hablan de un pasado grandioso, de un enclave que algún día estuvo abarrotado de habitantes y monumentales construcciones. Resiste al paso del tiempo un puente románico que todavía salva las aguas del río Sorbe, o las ruinas del Castillo de Doña Urraca, estratégicamente ubicado en el punto más alto. Por no hablar de la extraordinaria iglesia de San Miguel, cuya portada es uno de los ejemplos más paradigmáticos de la representación del calendario medieval hispánico, con una influencia que llegará a extenderse por el resto de la península.

Antes de adentrarnos de lleno en su significación, es importante comprender que Beleña era una zona conflictiva de enfrentamientos bélicos entre cristianos y musulmanes. Así fue hasta que, a finales del siglo XI es reconquistada definitivamente. Posteriormente, en el 1170, Alfonso VIII de Castilla entregó estas tierras a Martín González de Contreras, mayordomo de la reina Leonor Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania, lo que nos ayuda a entender el vínculo de este lugar con la corona francesa. Además, éste fue esposo de María Gutiérrez, quien más tarde se convertiría en abadesa del monasterio de Santa María la Real de las Huelgas de Burgos. Así, se hace evidente su relación con la construcción de nuestra iglesia hacia finales del siglo XII y las influencias llegadas desde el país vecino.

Sin lugar a duda, y a pesar de su riqueza arquitectónica, lo más interesante de esta iglesia es su portada románica, siendo, además, uno de los pocos elementos que se conservan de esta época. Una portada flanqueada por dos capiteles en cada extremo en los que se representan; a la izquierda, las figuras de Adán y Eva, en uno, y los martirios del Infierno en otro. Al lado derecho encontramos a las Tres Marías ante el sepulcro vacío de Cristo y respectivamente, su Resurrección.

Llegamos entonces a la maravillosa arquivolta, que se despliega en catorce dovelas, cada una de las cuales es relativa a un mes del año y un trabajo de campo concreto, pues conforma en su totalidad un excepcional calendario agrícola medieval que sigue el lunario juliano. Arrancando desde el lado izquierdo, un ángel de alas abiertas da comienzo a la representación de los meses. Podría tratarse de una alegoría del Cielo o del Bien, siendo común su manifestación en los mensarios románicos. Luego llega enero, que se figura con el momento preciso en el que el matachín clava su cuchillo al cerdo, dispuesto sobre un tablero inclinado que permitía recoger la sangre. Algunos estudiosos dudan sobre la correcta colocación de la dovela, ya que es una actividad que más comúnmente se realizaba en noviembre o diciembre.

Pasamos a febrero, donde un anciano campesino se calienta frente al fuego mientras levanta su túnica, dejándonos ver sus genitales. Esta curiosa escena se repite en otros calendarios como el de Hormanza (Burgos) o el del célebre códice Las muy ricas horas del duque de Berry. Afirma Manuel Castiñeiras que el inicio de dicha iconografía podría tener origen en este templo.

Marzo se personifica mediante un campesino que es sorprendido mientras poda las viñas, un cultivo de enorme relevancia en el Medievo, pues el vino era una fuente de calorías en los momentos en los que el consumo de carne se veía mermado. En abril, una doncella porta dos ramos floridos, recordándonos el inicio de la primavera, teniendo esta iconografía sus precedentes en la diosa Flora. Mayo ofrece un jinete que porta en su brazo un halcón, ya que era entonces cuando comenzaban las actividades caballerescas como la cetrería, además de los preparativos de la guerra.

En junio, un campesino arranca las malas hierbas que crecen junto a los huertos. Mientras que, en julio atendemos a la tradicional tarea de la siega del cereal con hoz. Un botijo ocupa la parte derecha superior de la escena, símbolo de las altas temperaturas bajo las que se realizaba esta actividad veraniega. Así llegamos a agosto, cuya dovela ocupa una mayor anchura que las demás. Un campesino está subido en un trillo tirado por dos bueyes para así recoger el grano de las mieses. Luego, septiembre refleja la vendimia, y octubre representa el traspaso del vino del odre al tonel. Noviembre también ocupa dos dovelas, y nos ofrece otra escena agrícola en la que el campesino prepara la siembra. Junto a él, una pareja de bueyes, que observamos con perspectiva aérea, proceden a arar la tierra. Por último, diciembre es el momento de disfrutar del banquete navideño. Después de todo un año de trabajo, el campesino se abastece de un suculento manjar, siendo además un ejemplo de la conmemoración religiosa de la Natividad. Cierra definitivamente el calendario un rostro de rasgos negroides que se contrapone al ángel. En época medieval, esta figura se relaciona directamente con lo demoníaco.

En conclusión, la portada de Beleña parece mostrarnos un programa iconográfico en el que se unen pecado y redención. Como consecuencia del pecado original de Adán y Eva (representado en uno de los capiteles), el hombre está condenado al trabajo. Las dovelas relatan las duras faenas del campesinado, que, como recompensa, llevarán a la salvación y al Reino de Dios. Señala Castiñeiras que este calendario es uno de los primeros en desarrollarse sobre una arquivolta en la península, lo cual es fruto de la influencia llegada de Borgoña y Poitou (Francia), iniciándose un modelo típico de calendario hispano que alcanzará una enorme difusión. Una vez comprendida su originalidad y repercusión, se hace más que necesario velar por su conservación y difusión, para así evitar que, como otras tantas iglesias románicas que hoy habitan pueblos abandonados, caiga en el olvido.

Foto: Arteguías

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Bibliografía:

Castiñeiras González, M. A. El calendario medieval hispano: textos e imágenes (siglos XI – XIV). Valladolid: Junta de Castilla y León, 1996.

Frontón Simón, I. M.ª y Pérez Carrasco, F. J. “Historia, trabajo y redención en la portada románica de Beleña de Sorbe”. Goya: Revista de arte, n. 229-230 (1992): 29-38.

Información proporcionada por el beleño Mario Álvarez Moreno.  mariodudas.com/

Ruiz Montejo, I., “El calendario de Beleña de Sorbe”, Anales de la Historia del Arte, n. 4 (1994): 493-503. Acceso el 23 de diciembre de 2021. https://revistas.ucm.es/index.php/ANHA/article/view/ANHA9394110491A/31843