La arquitectura del hierro y acero llegó para quedarse hace más de ciento cincuenta años. El ojo humano se acostumbró, aprendió tal vez, a vislumbrar belleza en el opaco metal, casi nunca utilizado para construir grandes arquitecturas hasta el hallazgo de Bessemer. No siempre fue así. La torre Eiffel le pareció un engendro a la mayoría, y la idea inicial era desmontarla después de la Exposición Universal de 1889. Curioso pueblo aquel que desprecia aquello que después eleva al grado de emblema (la tricolor, repudiada tras la revolución, la mencionada torre). Toda esta digresión a cuento de un largo brazo de metal que sobresale de la roca en la bahía de Dícido. Allá por los años de la torre parisina (1886) un primer cargadero de mineral de hierro se construyó en las cercanías de Castro Urdiales, Cantabria. Por aquel entonces, las minas arrancaban el ferruginoso metal y había que embarcarlo hacia otros lares. Por tierra, hasta muy entrado el siglo XX, las comunicaciones españolas eran apenas tercermundistas, a causa de la escarpada orografía, la ausencia de canales o ríos navegables, y una red ferroviaria radial que siempre obedeció a intereses políticos (la construcción del primer AVE a Sevilla en 1992 es un último ejemplo reciente). Hasta siete enormes pasarelas para transportar el mineral llegó a haber en la zona, de la que sólo se conserva una, la de Dícido, que ni siquiera es la de finales del siglo XIX, arrancada por un temporal, y que algunos atribuyen a un discípulo de Eiffel. Ni tampoco la que la reemplazó, propiedad de la Dícido Iron Ore, y que dinamitaron los republicanos en 1937 en su triste huída hacia la derrota. La actual es la hija y nieta de aquellas, un cantiléver asentado sobre un pilar redondo de 19 metros de altura. En otras palabras: una viga en voladizo que, dicho así, no significa nada, pero que vista desde los acantilados que rodean la playa de Mioño, habla de la belleza inmarcesible de las grandes obras de la ingeniería. Recortado sobre el panorama marino, el cargadero cuelga sobre el vacío en un equilibro sine die, que desafía a los elementos y a aquellos que no entendemos de fórmulas físicas para calcular fuerzas y apoyos. La joyita es, por si fuera poco, la única de su género que prevalece en los miles de kilómetros de costa española. El Ayuntamiento de Castro Urdiales parece que anda detrás de una jugosa subvención para salvarla por otros cien años. ¿La idea? Convertirla en mirador costero o restaurarlo como elemento paisajístico sin más uso que el mero disfrute visual. Desde Rojo que te quiero Verde apostamos por la primera opción. Esas largas pasarelas suspendidas sobre las aguas, (nos viene a la mente el Pont del Petroli de Badalona), encierran la paradoja insuperable de la grandeza y pequeñez del género humano. Si hace un día de temporal, ni te cuento.

El cargadero de mineral de Dícido está en la Lista Roja desde el 19 de julio de 2018. ¿Cuándo engrosará la Lista Verde?

Foto izquierda: http://mineriacastrourdiales.blogspot.com/

Foto derecha: https://elsemiguel.com/