Foto principal: Ruinoso estado del torreón. Autor: Miguel Pinto Sanz
El torreón de Villagonzalo Arenas, ubicado en la localidad del mismo nombre, ha llegado hasta nuestros días en forma de una ruina que, pese a no ser muy sugerente o interesante a simple vista, es testimonio del Burgos medieval y su alfoz.
Los documentos podrían remontar la estructura al origen del propio Villagonzalo Arenas (siglo X), aunque no es hasta el 1233 cuando la estructura aparece como parte de una compra realizada por Pedro de Sarracín, deán de la Catedral de Burgos. Posteriormente, pasa a manos del desaparecido hospital de San Lucas (fundado por el propio deán); así aparece esta institución durante el siglo XV, como legítima propietaria del torreón en un litigio contra Juana Manrique, condesa de Montealegre. En 1473 su hija heredará la propiedad. Su trayectoria y usos durante los siglos posteriores son desconocidos, pero en el siglo XIX —mencionado en el diccionario de Madoz—, se nos habla de unas ruinas.
No obstante, debido a su tipología, podríamos enmarcar este torreón en las transformaciones sufridas en las fortificaciones cristinas a medida que las actividades militares de la conquista del Al-Ándalus avanzaban hacia el sur. Como consecuencia, gran parte de las fortificaciones pasaron, de cumplir funciones defensivas, a constituirse como una herramienta de control de las actividades económicas de la zona, además de ser un elemento de ostentación y diferenciación social, sustituyendo en el proceso las alturas por el llano para, en este caso, estar más cerca de Villagonzalo Arenas. Debido a que el referido cambio era algo ya extendido para el siglo XIV, además de otras cuestiones como es el empleo de la técnica del encofrado de cal y canto —muy popular durante los siglos XII y XIII— y el uso del ladrillo como elemento decorativo, tal vez por influencia del arte mudéjar —que se puso de moda en el siglo XIII—, podemos suponer que el torreón fue construido en torno al siglo XIII.
En la actualidad, no nos ha llegado más que un “esqueleto” de lo que probablemente habría sido un torreón que, según otras estructuras de tipología similar, podría haber constado de hasta tres plantas. Así, presenta una planta cuadrada de 9,5 m cada lado y unos muros con un grosor de 1,90 m. Los materiales empleados para su construcción —como hemos indicado— son el conglomerado de cal y canto, además de otros elementos como la madera —apreciable en su interior— y el ladrillo, decorando muros y ventanas. En las esquinas observamos unos sillares —bloques de piedra tallados— realizados en arenisca. Si nos fijamos donde se encontraría la segunda planta, podemos notar —pese a los escasos restos— como los materiales se van aligerando.
El estado actual del torreón es el resultado de años de abandono y ruina, sumado al expolio de sus materiales, como podemos ver en los sillares de las esquinas. A pesar de su declaración como BIC (Bien de Interés Cultural) en 1949, su carácter genérico hace que este grado de protección sea testimonial. Los derrumbes y el riesgo de colapso llevaron al Ayuntamiento de Burgos a colocar un vallado alrededor del torreón para prevenir accidentes, lo que no evita que siga amenazado.
Ante esta alarmante situación, lo más importante es consolidar la estructura para evitar su desaparición, además de realizar una investigación que contribuya a una mejor contextualización, plasmando sus resultados en medios accesibles para el público general como pueden ser un panel y un enlace QR. Aunque la clave de la conservación del torreón es su potencial para constituirse como ejemplo de las relaciones del patrimonio histórico con el natural, sumado a un proyecto de voluntariado a medio y largo plazo.
El torreón puede configurarse, empleando la Ecología de la Reconciliación, como una “isla de la biodiversidad” en un entorno industrial. Esto supone ceder parte del espacio usado por el ser humano como refugio para la naturaleza y su protección de manera exclusiva. Por este motivo, se podrían llevar a cabo iniciativas que no comprometan al BIC, como plantar arbustos autóctonos a una distancia de dos a tres metros alrededor del torreón, facilitar la cría de aves mediante el tapiado controlado de agujeros de los muros, recuperar el ya perdido nido de cigüeña, etc. Todo ello separado por otro vallado menos invasivo que el actual. De esta forma se crearía un espacio para la biodiversidad de la zona, constituyéndose un indicador de la calidad ambiental del Polígono Industrial de Villalonquejar. Por otro lado, el seguimiento de estas iniciativas —mediante actividades como el conteo de las especies de aves del torreón— pueden realizarse a través de proyectos de voluntariado con los vecinos de la zona, los cuales tienen un gran potencial como comunidad pese al entorno en el que se encuentran y su relativa reciente creación. Por lo tanto, estaríamos hablando de la conjugación de la conservación de un bien patrimonial con un proyecto a largo plazo sostenible y que implica a los miembros de una comunidad, sin olvidar la sensibilización de realidades como son la ecología y la protección del patrimonio.
Con estas actuaciones, el torreón de Villagonzalo Arenas sería el producto de varias ideas. La primera es la relación tan dinámica dada entre el patrimonio histórico-cultural y el natural. Por lo general, aparte de intentar diferenciar ambos ámbitos, se habla del patrimonio natural como contexto del histórico-cultural mientras que, en este caso, es el histórico el que sirve como plataforma para el desarrollo del patrimonio natural. En segundo lugar, se trataría de un buen ejemplo de cómo la ecología y la conservación del patrimonio pueden ir de la mano sin comprometer la una a la otra. Y por último, la implicación de la ciudadanía en la conservación del patrimonio, importante no sólo como un ejercicio de voluntariado, sino como la creación de una identidad comunitaria y cívica.
Podemos concluir que la situación actual del torreón de Villagonzalo Arenas es de fácil solución porque las acciones presentadas no son muy ambiciosas y costosas. De llevarse a cabo harían de este bien patrimonial una referencia de la ecología y la conservación.
Bibliografía:
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Alumno del grado de Historia y Patrimonio por la UBU, me interesa la conservación del patrimonio y las relaciones entre lo histórico-cultural y lo natural. Además, desde que entré al grado, la historia del continente asiático —y más en concreto, de los territorios de Japón, China y Corea— han hecho que oriente mis objetivos hacia estos ámbitos (idioma, intercambios…)