Una de las frases que más se escucha entre tertulianos, amigos y familiares es el interrogante general de si esta pandemia nos hará aprender algo. Si cambiaremos este ritmo frenético y delirante de vida, en el que el mundo gira como una bola de cristales de discoteca, pero de manera arrítmica y sin compás. Es aquí cuando, de repente, viene a mi mente el título de la película de Sidney Pollack “Danzad, Danzad malditos” (1969). Una obra magistral, desarrollada en el contexto de la Gran Depresión que arruinó los años 30. Su protagonista, una joven Jane Fonda resiste un baile eterno al igual que a sus 81 años lo hace por el cambio climático y la defensa del patrimonio natural.  La película saca esa parte del ser humano que es justo la que deberíamos arrinconar en lo más profundo de nuestras trincheras. Un baile a vida o muerte, cuyos danzantes son seres que se mueven bajo el crepúsculo y la decadencia y que son agasajados por los aplausos de un público que observa desde una cómoda butaca, pero a la vez está sediento de sangre, fieras y modernos gladiadores.

Todos queremos creer que, tras este baile en solitario, al compás de un virus coronado, pero sin reino, y que nos ha hecho danzar hasta con la muerte, volveremos a ser cómplices del movimiento, de subirnos a unas puntas, aunque duela, de taconear y desvanecernos para volver a levantar el alma con un baile pantomímico.

Mientras ansiamos la llegada de una vacuna, de nuevo el antídoto de la cultura nos salva. Hoy la danza celebra su día para recordarnos que el mundo gira, se mueve, respira y está vivo a pesar de las dificultades. Fue en 1982 cuando la Unesco declaró el 29 de abril como el Día Internacional de la Danza. Más de un centenar de danzas de diversos países están incluidas en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial, desde las más cercanas como el flamenco, el tango o la rumba cubana hasta las más ancestrales expresiones como la danza de júbilo en Malawi. Todas ellas nos confirman la importancia del baile y la música como nexo de unión del ser humano, favoreciendo la diversidad y el enriquecimiento pleno de las culturas. Pero,sobre todo, avivando el cuerpo y el alma mediante la generación de endorfinas, soldados imprescindibles en esta batalla.

Cada año desde diferentes ámbitos se lanzan actividades y emotivos mensajes para difundirla y dignificarla. Aunque este año será distinto, ya son muchas las instituciones culturales que se suman a la celebración. El Museo del Prado nos sorprende con una producción de ELAMOR titulada Equilibrio; El Teatro Real nos regala a través de su plataforma Myoperaplayer, entre otras obras, L’Allegro, il Penseroso ed il moderato con partitura de Händel y a manos del coreógrafo Mark Morris. Ya habituales son los retos, como el lanzado por la Compañía Nacional de Danza y el Ballet Nacional de España (#YoBailoenCasa, #DíaInternacionalDanza, #challengedanza) para el que tenga más miedo que vergüenza y se atreva con el Bolero de Ravel.

No hay excusa para no cerrar el día con el imperativo de Alaska y los Pegamoides (Bailando, 1982), o aceptando la recomendación de los Bee Gees (You should be dancing, 1976). Hagamos caso a aquel cuarteto sueco, sólo tienes que ser la reina del baile y sentir el sonido de la pandereta.

Para concluir, escogemos las últimas palabras del mensaje que hoy es la voz de este gran día.Viene de la mano de Gregory Vuyani Maqoma, bailarín y coreógrafo sudafricano:

“(…) Y el propósito se convierte en una sola danza hidra, invencible e indivisible. Todo lo que necesitamos ahora es bailar ¡Un poco más!”