En España, el voluntariado es todavía una actividad incomprendida por una parte importante de la población. Aquellos que no lo practican lo encuentran admirable, asombroso, excepcional e incluso, a veces, incómodo. Y es que, emplear una cantidad importante de tiempo y esfuerzo trabajando por el bien común no encaja en los parámetros de esta sociedad. En una economía como la nuestra, donde el valor de los objetos se calcula en dinero, el conocimiento se traduce en dinero y el tiempo se mide en dinero, trabajar como voluntario resulta extraño. Socialmente está bien visto, y aunque ha evolucionado mucho su consideración, es todavía, en buena medida, el reino de los jubilados, de las mujeres cultas y acomodadas sin grandes responsabilidades, y de algunos hombres que tienen más tiempo libre del habitual. Es decir, el entretenimiento de los menos productivos de la sociedad en términos económicos. ¿Quién si no iba a regalar su precioso tiempo a cambio de nada para pelear por el interés común? En ese “de nada” está una de las claves.
En la vida uno no siempre puede elegir a qué dedica su tiempo; en el voluntariado sí. Emplearlo en lo que a uno le gusta es una gran satisfacción. Hace poco, alguien me habló de la pirámide de Maslow y me contó que la autorrealización es el nivel más alto, al que llegas cuando el resto de necesidades están cubiertas. Sin embargo, se hayan cumplido o no el resto de fases, el voluntariado no debe andar lejos. Cuando, por ejemplo, el trabajo de los colaboradores de Hispania Nostra logra que una administración atienda mejor su patrimonio, o cuando un bien pasa de la Lista Roja a la Lista Verde gracias al micromecenazgo, el éxito nos reconforta y llena de alegría. Si, además, los intereses y gozos son compartidos con otras personas, la recompensa es aún mayor. Tal vez, la salida a la líquida modernidad explicada por Zygmun Bauman venga de la mano de la fuerza imparable de la sociedad civil. Por el momento, parece de lo más sólido que tenemos alrededor, capaz de recolocar en su sitio algunos de los valores más altos del alma humana.
No, no son los ociosos de la sociedad. Los voluntarios son gente comprometida de corazón subversivo. Personas que creen en otras personas, y en la capacidad de cambiar las cosas cuando se trabaja en la misma dirección. Inconformistas, peleones, valientes, generosos, capaces de complicarse la vida dedicando el tiempo que tienen y el que no tienen para cambiar aquello que es necesario cambiar. Los hay de todo tipo: jubilados, jóvenes y no tanto, con estudios primarios y doctorados, con situación económica desahogada y con problemas para llegar a fin de mes, gente de todo género y condición. Lo que les une no es nada de todo eso, sino las ganas de construir un mundo mejor. Ese espíritu vivo y combativo es la seña de identidad de los voluntarios. Gracias, amigos, por luchar y regalar tanto entusiasmo. Nos vemos pronto.
Imagen_Pirámide de Maslow.