-¡Vámonos al acantilado a ver ballenas, abuela!
-Vamos a dar un paseo, si quieres, aunque ya sabes que hace años que no se ven ballenas por aquí.
-Tú las viste una vez desde el faro. Vámonos allí. ¿Crees que este verano vendrán?
-No lo sé, cariño… Hace mucho tiempo, las ballenas solían acercarse a estas costas en invierno buscando lugares protegidos para tener a sus crías. En verano les gusta más nadar en el mar abierto y dirigirse hacia las aguas frías del norte en busca de comida. Pero podemos ir a pasear por allí esta tarde. Si no vemos ballenas, oleremos el mar y veremos cómo rompen las olas en el acantilado.
-¡Vale! Pero cuéntame la historia de las ballenas y los pescadores. Ese tan triste que me contaste una vez.
-Ven aquí, mi niña, siéntate a mi lado.
Me contaba mi madre que, en ocasiones, cuando era niña, veía pasar un grupo de ballenas nadando a lo lejos desde el balcón de su casa. Las veía muy pequeñitas, nadando tranquilas. A veces, al día siguiente, un gran pesquero arribaba a puerto con una inmensa ballena a bordo, y a ella le parecía increible que fuera el mismo animal. Entonces, había mucho trajín de pescadores que ayudaban en la tarea de desembarco y despiece del animal. Mi madre lloraba y le pedía a su padre que la llevara al puerto para decirles a los hombres que la dejaran en paz, que no cazaran más ballenas. Pero no le permitían ir, y se quedaba en casa leyendo historias sobre fantásticos y misteriosos animales marinos.
La historia que más miedo le daba era la de Moby Dick. A veces, soñaba con la ballena. Pero en sus sueños no era tan mala como la describía el libro. Le pasaba como a ti. No podía entender el empeño del Capitán Ahab por cazar aquella ballena. ¿No se daba cuenta de que era mucho más fuerte que él? ¿No entendía que lo único que quería la ballena era que la dejaran tranquila? ¿Por qué se empeñaba en matarla? Cuando ella fuera grande, pensaba, iría en un barco a protegerlas, para que pudieran volver a nadar en libertad. Así, todos los niños podrían verlas también.
Un día, muchos años después, supimos que varios países habían firmado un acuerdo para limitar la caza de ballenas. Nos pusimos muy contentas, aunque España tardó todavía mucho tiempo en abandonar definitivamente su caza. Eso ocurrió… cuando tu padre era como tú.
-Y desde entonces, dijo la niña, hay muchas ballenas en el mar, ¡a que si, abuela!
-En realidad… no es tan sencillo. Algunas especies de ballenas se empezaron a recuperar en número. Otras siguen en grave peligro de extinción porque se enredan en las redes de pesca, se chocan con los barcos, o se comen los plásticos que flotan en el mar… Las que solían venir a las aguas del Cantábrico hace décadas que no han vuelto. Aquella que yo vi hace años en el faro debía andar un poco despistada. Pero la ballena franca todavía vive en el Atlántico Norte Occidental, en las costas de Estados Unidos y Canadá.
-¿Podemos ir a verlas allí un día? Abuela, yo voy a aprender mucho sobre ballenas, como tu madre y como tú. Cuando sea mayor voy a hacer leyes que protejan a las ballenas y a todos los animales del mundo. Para que no desaparezcan más especies, para que vuelvan las ballenas y todos los niños las puedan ver. Y también haré leyes para que no haya plásticos en el mar, ni contaminación en las ciudades y haya muchos bosques con animales. Abuela, cuando tú eras pequeña el mundo era así, ¿verdad?
La Ballena vasca o franca glacial (Eubalaena glacialis) está incluida en el Anexo V de la Ley 42/2007 del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad, y en el Catálogo Español de Especies Amenazadas, como especie “en peligro de extinción” (Real Decreto 139/2011 y sus modificaciones recientes), aunque se la considera extinta en el Atlántico Oriental.
Imagen: Wikimedia commons, Eubalaena glacialis with calf.